¿QUÉ PASA CON NUESTROS HIJOS DESPUÉS DEL DIVORCIO?
Artículo de Xavier Torró Biosca.
Deseo tratar en este artículo la problemática que supone para los hijos la disolución de un matrimonio. Aunque siempre ha habido separaciones más o menos reconocidas por las instituciones pertinentes, el fenómeno del divorcio es bastante reciente, sobre todo en España, donde se reguló legalmente en 1981. Desde entonces, el número de separaciones y divorcios no ha hecho más que aumentar, situándonos en las postrimerías de la década de los noventa y hasta fechas actuales, a niveles similares a los de otros países del sur de Europa y de EEUU, es decir, de cada dos parejas que se casan, una se separa o se divorcia. Los estudios demuestran que los hijos de familias divorciadas presentan mayores índices de desordenes de conducta, agresividad, consumo de drogas, problemas emocionales (depresión, ansiedad, retraimiento), niveles bajos en competencia social y múltiples problemas académicos (Cantón Duarte, Cortés y Justicia, 2000). Por todo esto, no es que quiera disuadiros de la posibilidad legal del divorcio, sino más bien quisiera que reflexionáramos sobre este fenómeno social, que ha adquirido una enorme magnitud en los últimos tiempos. Debido a la novedad del divorcio, éste no se afronta con las debidas precauciones y disposiciones, conllevando como consecuencia una enorme cantidad de efectos colaterales y un rosario de sufrimientos y de despropósitos tremendos que quiebran la estabilidad psicológica y condicionan el desarrollo futuro tanto de hijos como de padres. La familia es un sistema con una importancia fundamental tanto a nivel personal como social y, por tanto, su disolución mueve fuerzas muy destructivas si no se sabe afrontar la crisis del sistema de una forma adecuada desde el principio. Por todo esto me he animado a presentaros algunas reflexiones que, desde mi labor profesional, puedo aportar para intentar paliar el tremendo sufrimiento humano que genera este fenómeno social.
AMOR Y DESAMOR
Partiré de una reflexión previa sobre el amor y el desamor que no es mía sino de Xavier Serrano quien ya desde hace algún tiempo viene elaborando una serie de ideas que me parecen dignas de tener en cuenta. Para Serrano, una pareja es “un sistema humano que se establece cuando dos personas se encuentran en la vida, y a partir de sentir una mutua atracción, se vinculan afectivamente a través de una relación amorosa y se plantea un proyecto de futuro en común y una convivencia cotidiana compartida en un mismo espacio” (Serrano, 2001). En la pareja se produce un proceso de trasmutación de la unidad en la dualidad gracias a la capacidad de amar, que no es más que la canalización del instinto propio del ser humano; es decir, la capacidad de abandonarse en el otro y de expandirse energéticamente en la entrega amorosa. En la pareja se comparten unos valores, unos fines y se produce un intercambio económico, y todo ello gracias al compromiso que se adquiere en ese encuentro entre dos seres humanos. De esta forma la pareja se convierte en una institución con fines sociales que trascienden a los puramente individuales.
En ese compromiso que se produce en la pareja hay que diferenciar entre lo que se espera en un principio y lo que puede ser y se produce a lo largo del tiempo de convivencia. Esto viene condicionado por dos factores fundamentalmente:
a) Las condiciones biográficas de cada uno de los miembros de la pareja, cuyos elementos determinantes van a ser:
- nuestra primera gran pareja amorosa, es decir, la relación objetal primitiva que se establece a nivel afectivo, emocional y energético con nuestra madre;
- las relaciones edípicas que se vivieron con nuestros padres en el período de 4 a 6 años;
- el modelo educativo familiar que se impuso en la convivencia con nuestros padres (permisivo, autoritario o democrático);
- las relaciones de pareja previas al matrimonio y fundamentalmente las primeras parejas.
En su libro “Las relaciones amorosas, normalidad y patología”, O. Kernberg señala que la mayoría de los conflictos de pareja son reflejo de los vividos durante las relaciones objetales primitivas y edípicas.
b) Las condiciones coyunturales, actuales, en las que se desarrolla el sistema y que van variando históricamente en función de múltiples circunstancias provocando situaciones críticas en uno o varios de los niveles fundamentales de la pareja:
- el cognitivo, es decir, el que permite la comunicación y la trasmisión de ideas, valores y proyectos comunes.
- el emocional, es decir, la capacidad de afecto, frustración, anhelo, cariño que existe entre los miembros de la pareja.
- el pulsional, que valoraría la capacidad de placer que tiene la pareja, de goce y abandono en la sexualidad.
Como dice X. Serrano, un buen test es ir analizando permanentemente estos tres aspectos y ver cuando y cómo se van debilitando o cómo podemos reactivarlos.
Una de las funciones prioritarias de la pareja es facilitar la capacidad amorosa de los integrantes; pero como la capacidad amorosa es individual y los componentes de la pareja son dos, sólo si ambos se sienten adecuadamente satisfechos se cumplirá el objetivo. Ahora bien, la satisfacción en el amor, como decía Reich, es difícil de alcanzar si previamente la persona no ha madurado lo suficiente su identidad, la aceptación de sí mismo y de sus límites, la autoestima y cierta autonomía personal. Por tanto, la pareja puede fácilmente acabar convirtiéndose en el lugar donde se compensan las carencias afectivas y en la que se llega a configurar una relación estática y patológica.
Es decir, la pareja, por lo general, se encuentra con el tiempo con unos límites:
- Coyunturales: son elementos externos que condicionan el sistema, como puede ser la quiebra de un negocio familiar o la enfermedad grave de un pariente cercano o la entrada de un tercero que perturba la estabilidad emocional del sistema.
- Incompatibilidades caracteriales entre los miembros de la pareja y que van surgiendo con la convivencia. Con el paso del tiempo se va produciendo como una sensibilización ante determinados rasgos o comportamientos, que incluso pueden servir como elementos de compensación de otros aspectos más profundos. Por ejemplo: discutir por dejar las ventanas o las puertas abiertas o cerradas.
- Reestructuración de los roles del sistema familiar a partir del nacimiento de hijos: La relación hombre-mujer pasa a madre-padre-hijo/a. Es frecuente entonces que se reactiven muchos flecos caracteriales de las relaciones objetales primitivas de los padres que se estaban compensando en la díada de la pareja y que con el nacimiento del hijo pasan a estar desplazados sobre éste/a.
- El propio carácter individual, que mantiene muchos puntos ciegos para uno mismo pero que está condicionando la relación desde el principio. Reiteradamente esos puntos ciegos provocan determinados conflictos que resultan irresolubles puesto que no se es consciente de la problemática que plantean.
Así la pareja desarrolla su proceder histórico en una inestable estabilidad.
Sin embargo, toda relación de pareja, por amorosa que sea, está sujeta a la temporalidad, como todo asunto humano. Pues aún en las parejas más amorosas e ideales la muerte limita ese amor sublime y nos devuelve a la individualidad, a la incompletud y a la soledad. No asumir esta realidad supone un caldo de cultivo adecuado para el desarrollo de ciertas perversiones dentro de la pareja con mecanismos de violencia explícita o implícita, limitando así las capacidades individuales de crecimiento. Es decir, nos lleva a vivir la pareja como una institución perversa, en palabras de Xavier Serrano: “Así pues, buscando satisfacer esos anhelos y carencias inconscientes manipulamos nuestros afectos y nuestra comunicación y desarrollamos dinámicas patologizantes en nuestras parejas. Y sin saber realmente ni cómo ni porqué, buscamos respuestas y justificaciones un poco a ciegas, vamos asumiendo nuestro desamor o nos amoldamos resignadamente a una relación, perdiendo el contacto con nuestras necesidades y con nuestros anhelos, manteniendo una institución perversa” (X. Serrano; 2001;p. 126). Se cae así en una situación paradójica; por una parte no se rompe la pareja por miedo a la soledad, pero por otra parte, la falta de comunicación en los tres niveles antes citados hace que la pareja persista en una soledad compartida y en un diálogo muerto, entrando en una rutina ritualítica y sin sentido que aumenta el sentimiento de vacío y la angustia existencial. “Por ello siempre planteo la decisión de la separación funcional, consciente y coherente en una pareja, cuando se siente que la relación no es beneficiosa para una de las dos personas; puede considerarse como el último acto de amor en esa relación” (X.Serrano; 2001; p. 147)
A veces se pone como excusa a los hijos para permanecer en esa situación de estatismo y vacuidad. Pero también para los hijos es mejor la separación que vivir en un ambiente de violencia implícita o explícita e insatisfacción permanente. Neill decía: “Padres y madres me han dicho muchas veces que se separarían si no fuera por los niños. Con frecuencia sería lo mejor para los niños que se separasen padres que no se quieren. ¡Mil veces mejor! La vida matrimonial sin amor significa un hogar desgraciado; y un ambiente desgraciado es siempre la muerte psíquica para el niño” (Neill; 1983; p. 259). Así pues, los niños no pueden ser excusa para perpetuar una situación de desamor. Sobre todo porque el hecho de dejar de ser marido y mujer no es excusa para dejar de ser padre y madre. Lo que habrá que analizar es cómo se realiza esa separación para que se integre de la forma más adecuada por los miembros del sistema familiar en función del momento, las circunstancias y la edad de los niños. Además, también es importante tener presente que cada familia es un ecosistema particular y diferente de cualquier otro ecosistema familiar y, por tanto, habrá que valorar en cada caso qué pasos dar y cómo darlos. Es por eso que no hay fórmulas generalizables a todas las familias.
TOMAR LA DECISIÓN DE SEPARARSE.
Generalmente lo que observamos es que las separaciones son dramáticas y en ellas se vuelca una cantidad increíble de odio y destructividad que permanecía latente en la relación. Esta evidencia siempre me induce a reflexionar cómo se explica que de una relación amorosa entre dos personas que han vivido juntos, e incluso en muchos casos han llegado a materializar su amor en hijos, fines comunes e ilusiones compartidas, llegue un momento, cuando se rompe esa inestable estabilidad, en que acaban destrozándose. Para no perder la dignidad humana y resolver esa situación estática y patológica que se ha creado, en ocasiones se precisa la mediación de un tercero, que puede ser el psicoterapeuta, un especialista en sistemas humanos que permita evaluar la viabilidad de la pareja y reconocer si es necesaria la separación o no. Pues como dice Rojas Marcos, “al igual que ante la muerte de un ser querido, las parejas rotas, lo hayan esperado o no, se sienten abrumadas, desconcertadas, confusas, y tienden además a negar lo inevitable, al menos durante los primeros momentos del trance” (Rojas Marcos;1994;p.97).
Cuando en la pareja hay hijos/as estos se convierten, junto con los factores económicos y los aspectos afectivos en los instrumentos fundamentales para el chantaje y la destructividad hacia el otro. “Aparte del dinero, el mayor instrumento de venganza al alcance de las parejas que se separan son los hijos. Aunque la mayoría de los padres en principio están de acuerdo en que no se debe usar a los hijos como arma, lo cierto es que, unos conscientemente y otros sin darse cuenta, los utilizan” (Rojas Marcos; 1994;p.113)
La disolución del sistema familiar debería realizarse, al contrario de lo que ocurre, desde la tranquilidad y el sosiego, actuando más desde la razón que desde la emoción y preservando los intereses de los hijos y su rutina frente a los propios, así como valorando la realidad del otro cónyuge. Los diferentes estados de ánimo por los que se pasa en esa situación (depresión, odio, abatimiento, victimismo, culpabilidad, excitación, ...) responden a una lógica caracterial y circunstancial, pasando de un estado de ánimo a otro en cuestión de minutos. En general todos esos estados de ánimo perturban el contacto con la realidad que es lo que más se debería buscar y preservar, aunque fuese doloroso. El objetivo sería buscar la integración personal del cambio y las dinámicas que permitan el equilibrio interno. Los niños a partir de los 4 años y en función de su madurez, deben participar de los cambios a su ritmo y se les debe pedir opinión sobre su futuro. Toda la familia vive un duelo, en la medida en que se pierde una realidad relacional que ya no volverá a ser como antes. Cuanto más agradable haya sido, más duelo existirá. Los adultos tienden a ver lo negativo de la relación que hubo, mientras que los niños tienden a recordar lo positivo. Además, es importante que sepamos que los niños, si no se les ha hablado con claridad y se les ha permitido vivir el proceso de separación de forma natural, como un hecho humano más, tienden a sentirse culpables de la separación de los padres. Si no hay posibilidades o capacidades para permitir le exteriorización de las emociones que se generan a partir de este hecho, es algo que se debería trabajar en el espacio terapéutico con un profesional.
Se tiende a ver la separación como un fracaso, pero realmente nuestra vida sigue y no sabemos lo que nos puede deparar. No obstante debemos asumir la responsabilidad de los compromisos adquiridos respecto al cuidado y el desarrollo saludable de nuestros hijos, puesto que la ruptura de la pareja no supone la exención de nuestras responsabilidades como padres.
Hay tres continuidades que se ven afectadas por el divorcio y condicionan la estabilidad psicológica de nuestros hijos:
- La continuidad energético-corporal: La calidez energética de los miembros de la familia se romperá en la medida en que alguno de los padres va a desaparecer de la forma como estaba antes y eso supone una cierta quiebra que hay que ir integrando. El propio esquema corporal ha ido estructurándose a partir de los modelos de referencia existentes en un sistema familiar determinado, en el que las figuras de los padres son determinantes.
- La continuidad afectiva: La relación afectiva con cada uno de los padres se verá condicionada por la nueva situación al no poder acceder a alguno de ellos de la forma habitual.
- La continuidad social: El vivir en un determinado espacio, con unas relaciones familiares concretas, en un entorno concreto,...
Así pues, cuando se separa la pareja es importante que el niño/a rompa lo menos posible estas continuidades. Es responsabilidad de los padres velar por el equilibrio psicológico de sus hijos y para esto han de ser consciente que dicho equilibrio estará más garantizado en la medida que estas continuidades se perturben lo menos posible. Es conveniente, pues, que los hijos tengan la posibilidad de permanecer en el espacio en que sus padres han estado unidos, si no es así al estrés propio del momento se va a unir el tener que habituarse a un nuevo lugar. Tengamos presente que simbólicamente la casa en la que habitamos es nuestro cuerpo y el ser desposeídos de ese lugar va a suponer una mayor desestructuración, sobre todo en niños muy pequeños. Comprender el divorcio es un trabajo afectivo que el niño cuando es muy pequeño, sólo puede realizar si se respeta su continuidad social y se facilita su continuidad afectiva y energético-corporal. Para ello el lugar de vivienda habitual de los hijos debería seguir siendo el que ha vivido con sus dos padres. También la escuela debe seguir permaneciendo. Lo peor es cuando el divorcio se produce en pleno curso y el niño debe abandonar el colegio y trasladarse a otro, pues entonces no sólo se produce un quebranto en las dos primeras continuidades sino también en la continuidad social puesto que se pierden a los compañeros de clase.
DAR LA NOTICIA DEL DIVORCIO.
Es necesario que los niños estén al corriente de lo que se prepara tanto al comienzo de los trámites como en el transcurso de los mismos y, por supuesto, al final. Los niños de cualquier edad (aún cuando no caminen) deben escuchar las palabras exactas, sin argumentaciones complicadas ni valoraciones de lo apropiado de dar ese paso. No les agobies con demasiada información. No es necesario que se den razones para que los hijos entiendan las circunstancias que forzaron la separación.
No informar a los hijos es una equivocación, pues lo niños son perfectamente capaces de asumir la realidad del divorcio siempre que se humanice el proceso de separación, permitiendo la expresión de las emociones y ofreciendo la seguridad necesaria para lograr que ellos puedan integrar progresivamente los cambios. Ahora bien, para humanizar el proceso es necesario que se ponga en palabras. De lo contrario los niños idealizan la realidad y utilizan la fantasía para rellenar los huecos de lo “no-dicho”. De ahí surge la culpabilidad: los hijos que se culpan por haber causado el divorcio de los padres con su mala conducta o con un hecho concreto. No culpes nunca a los niños de haber causado el divorcio con su mal comportamiento. Mide tus palabras aún en los momentos de mayor desesperación. Y por supuesto tampoco te culpes tú de lo sucedido, los niños detectarán ese aire de autocompasión y acabarán actuando de padres contigo.
Hay padres que buscan que los hijos elijan un bando. Esto es nefasto para los hijos pues a la larga se martirizarán por haber tomado posición y por no haber podido impedir el divorcio. También es inadecuado que un padre culpe a otro de lo que está ocurriendo, pues eso ahoga la libre expresión de las emociones colocando a uno en el bando de los buenos y a otro en el bando de los malos.
Los padre deben “ventilar sus afectos” entre ellos mediante las palabras, permitiendo que las emociones no les desborden y, por tanto, debiliten su propia seguridad y la de sus hijos. Si consideran que no son capaces de conseguirlo deben buscar la intervención de un tercero: un terapeuta especialista en sistemas humanos, un mediador, un asistente social, ... además del juez, por supuesto. La presencia de este profesional va a permitir ver las fuerzas inconscientes que han entrado en juego, la madurez de la decisión, permitir la expresión de las emociones y de las pulsiones que se hayan desatado y trabajar el reconocimiento de la frustración por el fracaso de la relación. Esta mediación posibilita la estabilidad emocional necesaria para ofrecer seguridad a los hijos, pues vosotros debéis tener la serenidad suficiente para que vuestras intervenciones no se encuentren contaminadas por los afectos. Los niños adquieren seguridad y por tanto posibilidad de integrar el proceso en la medida en que se van convenciendo que vosotros vais a seguir siendo sus padres; que aunque dejéis de ser marido y mujer, podéis seguir siendo padre y madre. Es adecuado permitir la expresión de las emociones de nuestros hijos pues favorece el bienestar de todos los miembros de la familia. La contención de las emociones siempre acaba siendo dañina para la salud y acaba desviándose de una forma inadecuada.
Para poder soportar la tensión del proceso nuestras emociones y las de nuestros hijos/as deben estar bastante descargadas.
A la hora de dar la noticia de la separación deben hacerlo ambos padres a la vez y a todos los hijos a la vez. En ese momento deben olvidar todas sus diferencias y ponerse de acuerdo en la forma de lo que les van a decir e incluso prever las posibles preguntas que formularán los niños. Conviene que se de la noticia en casa, en un lugar cómodo, sin distracciones y nunca buscar un lugar especial como un restaurante o un parque o la cafetería después de haber ido al cine, pues no se debe evitar el contenido emocional de lo anunciado. Es necesario que los padres sean sinceros y firmes en sus decisiones. No resulta apropiado dejar puertas abiertas a la posibilidad de reconsiderar la situación en función de la respuesta de los hijos, pues eso puede provocar, cuando se concreta la decisión del divorcio, una culpa crónica.
Cuando se les trasmite a los hijos la decisión del divorcio es adecuado resaltar que esta surge de una deliberación responsable de ambos adultos y es la forma de solución más digna para seguir viviendo de una forma saludable. Es decir, el hijo debe tener claro que la decisión surge de la responsabilidad de sus padres y que es lo más sensato para todos.
Es aconsejable comunicar de forma progresiva como se van desarrollando los aspectos fundamentales del proceso del divorcio. Nunca la comunicación debe realizarse cuando ya se han consumado los hechos. Los hijos han de participar en el proceso de cambio que supone el divorcio para poder ir integrándolo -como decíamos antes, desde los 4 años ya pueden tomar algunas decisiones-. La comunicación la realizaremos de forma triangular: madre-padre-hijo/a; y nunca de forma vertical de los padres hacia los hijos taxativamente.
Algunos investigadores se plantean si existe un período especialmente delicado en la vida del niño en el que los padres tuviesen que aplazar el divorcio. Evidentemente aquí hay muchos factores que valorar y a veces son de tal trascendencia que hacen imposible el aplazar cualquier tipo de decisión. Pero sin lugar a dudas la época más delicada para emprender una separación es la primera infancia, es decir, aproximadamente hasta los cuatro años y siendo más delicado cuanto más pequeño es el niño. Durante este tiempo se vive en los primeros estadios una unidad simbiótica con la madre de forma que una separación de esta supondría una ruptura existencial con consecuencias graves. El padre también tiene una importancia fundamental pues es el recurso afectivo del que dispone la madre para vigorizarse afectivamente y transmitir esa satisfacción emocional al hijo. Poco a poco los padres se van convirtiendo en una individualidad bicéfala que engloba a ambos en una única entidad que va estructurando su mundo. Así pueden llamar a cualquiera de los padres “mapá” que como veis es una palabra compuesta por las sílabas de ambos. En esta época la presencia de ambos progenitores con una actitud constructiva es importante, siempre que el deterioro de la relación no aconseje lo contrario. En estos casos, cuando el hijo/a es muy pequeño, si es posible se puede convenir una unión “socio-amistosa”, es decir, una especie de pacto que permite asumir las responsabilidades de la crianza y que no implica que los padres duerman juntos ni que estén siempre presentes en el hogar.
LA SEPARACIÓN.
Es la etapa en la que ya se ha dado la noticia a los hijos y los padres proceden a la separación física previa a pasar por el juzgado. Lo ideal es que ambos cónyuges cooperen y busquen continuar con su función de paternidad de forma constructiva.
El padre que se marcha puede vivir sentimientos de soledad profundos, culpabilidad y aislamiento. Recuerda que los padres, aún cuando no están presentes en el hogar, pueden seguir ejerciendo una función afectiva y simbólica importante, entablando comunicación por teléfono, carta o correo electrónico y satisfaciendo el deseo del hijo/a de contacto mediante la palabra, el reconocimiento afectivo y la trasmisión de valores y cultura.
El padre que se queda con los hijos está mucho más expuesto a las respuestas emocionales de ellos, además de tener que soportar su propia carga emocional. La pérdida de autoestima como consecuencia de la separación se incrementa por la presencia constante de los hijos que le recuerdan la relación que tuvo. El duelo propio de la separación, con el desgarramiento que ello pueda implicar, se incrementa al verse amarrado/a a los niños. Por otra parte, los niños le ofrecen al progenitor continuo una cierta vinculación afectiva que le ayudará a paliar la pérdida.
Lo ideal es que los hijos no tengan que testificar ante un juez. Eso siempre va a resultar dañino para ellos por diversas razones:
- Se les carga de excesiva responsabilidad al tener que declarar sobre sus padres y que su declaración suponga un perjuicio para uno de ellos.
- Por otra parte los padres están siendo tratados como niños ya que son sancionados y juzgados por un juez, lo que supone cierta regresión de las figuras parentales.
Por todo esto es preferible la mediación. En la actualidad hay una ley de mediación en la Comunidad Valenciana que nos permite acogernos a ella para evitar ese trámite tan nefasto para nuestros hijos.
En ocasiones el padre o la madre regresan a casa de sus propios padres (los abuelos) lo que es vivido por los hijos como desconcertante pues es un acto regresivo de los padres (una vuelta a una etapa que ya debería estar superada). Los hijos de repente se encuentran con que sus padres han pasado a ser una especie de hermanos mayores y ya no representan modelos parentales. En concreto, cuando la madre con su hijo se va a vivir a casa de sus padres, hay una tendencia a reemplazar a su padre por el padre de su madre. Así la madre pierde la autoridad frente al hijo y pasa a ser vivida como una hermana mayor a nivel inconsciente. Esto se puede paliar si se toma conciencia de esos desplazamientos inconscientes y se verbaliza de forma clara.
LA CUSTODIA DE LOS HIJOS Y SUS RELACIONES CON LA EDUCACIÓN.
Se suele hablar de progenitor continuo o padre custodio al que permanece cotidianamente con los hijos y de progenitor discontinuo o padre visitante al que aparece en días prefijados. Pero en realidad, el que tiene a los hijos durante las vacaciones vive el período más importante para su educación, pues sólo en este momento se puede llevar a cabo todo lo que realmente tiene que ver con la interiorización de la cultura y la relación en profundidad con el progenitor. Por el contrario el padre continuo es aquel que marca los ritmos y estructura el tiempo en el día a día, aunque el fin de semana acceda a otro tipo de relación con su hijo/a. Nosotros nos atrevemos a plantear una nueva forma de resolver la custodia de los hijos retomada del libro de Sol Goldstein “Cómo seguir siendo padres después de un divorcio”: la coparternidad. Es una forma de paternidad conjunta diferente a la pareja. En ella los niños son los que permanecen en el hogar familiar y los padres los que se turnan para mudarse a esa casa. Esta solución proporciona una demostración constante de la importancia que los hijos tienen para los padres y sería recomendable en un período de tiempo posterior a la separación en el que los hijos más necesitan reafirmarse.
A veces, los padres se preguntan a qué edades es preferible confiar un niño a la madre o al padre. Teniendo presente que cada caso es diferente, en términos generales, el niño/a menor de cuatro años precisa la presencia de la madre si es ella la que se ha ocupado de él/ella desde que nace. En general, sería preferible que los niños de los cinco a los siete años –en función de criterios madurativos- fueran a vivir con el padre y las niñas con la madre. Esto estaría bien si los progenitores han resuelto su vida afectiva y sexual para que el niño/a no disponga de la posibilidad de considerarse en la fantasía a la vez como hijo y como cónyuge de su padre y su madre, lo cuál bloquearía la dinámica psíquica de su desarrollo. Por supuesto, todo tipo de gesto o comentario tendente a avivar esta fantasía resulta muy delicado. Esto se hace especialmente peligroso con jóvenes adolescentes que permanecen con sus madres sin rival real y que pueden llegar a vivir alguna de las caricias maternales con una especial carga sexual.
Los padres en proceso de separación sería bueno que evitaran caer en el victimismo (considerarse perjudicado/a en el curso del divorcio y expresarlo ante los hijos/as) pues eso dificulta los procesos de desarrollo y puede distorsionar la imagen del sexo de la figura parental correspondiente. Es decir, la actitud victimista de cualquiera de los padres trastocará todo el desarrollo de creación de la imagen personal de su propio sexo y la relación con el sexo contrario.
En torno a los padres sería importante que hubiese un grupo de amigos y familiares (la tribu) que permita a los hijos no sentirse solos con sus padres. Este grupo humano extenso puede compensar algo la situación de separación, sobre todo si se encuentra próximo al domicilio habitual de la familia.
Salvo en casos realmente excepcionales y muy desestructurados la visita del progenitor discontinuo es muy importante y nadie puede interponerse a ese deber de padre/madre. A veces se ha hecho eso para proteger la relación cotidiana y segura entre el niño y el progenitor continuo. Pero de esa forma no se está protegiendo nada, sino más bien privando al niño de conocer a su padre/madre y, por tanto, anulando una parte de él mismo y ofreciendo una cierta inseguridad a la larga.
Por otra parte, para el niño no resulta en absoluto indiferente que el padre no pague la pensión por él. La imagen que llega de los adultos es de irresponsables. En el futuro se puede ver deteriorado el sentido de responsabilidad del niño/a o justificar actitudes cínicas.
REACCIONES PSICOSOMÁTICAS Y CONDUCTAS REGRESIVAS DE LOS NIÑOS DURANTES LAS VISITAS DEL PROGENITOR DISCONTÍNUO.
Una de las cuestiones más comentadas por personas separadas con niños pequeños es este tipo de reacciones por lo espectaculares que en ocasiones pueden llegar a ser. Son llamativas aunque no necesariamente graves, pero sí son un síntoma que hay que saber interpretar. Tengamos presente que estas reacciones psicosomáticas son el lenguaje que tiene el cuerpo del niño/a para expresar lo que el/ella siente de forma inconsciente y que las conductas regresivas son fruto de la tensión que siente el infante por la separación de los padres. De esta forma buscan, en su fantasía, volver a momentos previos de la relación familiar para salir de la angustia que están viviendo. Casi nunca suelen ser una señal preocupante pese a su espectacularidad pero deben ser interpretadas por profesionales, pues se trata de síntomas de otros conflictos latentes que sí deben resolverse. Las más comunes en función de la edad son:
- En los niños/as de más de un año, la aparición de los síntomas dependerá en gran medida del estado de ánimo del progenitor continuo. Se dan sentimientos de ira, depresión y culpa. Suelen aparecer vómitos antes de las visitas, perturbaciones del sueño o cambios en los hábitos de la alimentación. En ocasiones incluso accesos de fiebre, dolores en las articulaciones o trastornos respiratorios.
- El niño/a que ya retiene el pis y las heces, puede volver a mojar la cama o ensuciar los pantalones. Puede tener conductas regresivas como gatear o balbucear o surgir el miedo a quedarse sólo/a. También es frecuente el derramar líquidos o romper objetos.
- El niño de tres o cuatro años puede apegarse en exceso al padre continuo y presentar dificultades en las relaciones con otros niños/as. Puede negarse a asistir a la escuela. Pueden aparecerle molestias en la garganta, resfriados, infecciones y desarreglos intestinales.
- El niño/a que acaba de aprender a leer puede perder el interés por la nueva habilidad y volverse retraído. También puede fugarse por completo evitando la vida familiar y la expresión de los sentimientos y centrándose en las amistades.
- Los adolescentes suelen reaccionar con desdén y pueden acusar a los padres de falta de moral o de inestabilidad. Suelen volverse más empáticos con uno de los progenitores y menospreciar al otro.
En ellos hay una clara tendencia a enjuiciar lo ocurrido. Por lo general, adoptan actitudes protectoras hacia sus hermanos pequeños y tienen la tendencia a reemplazar al padre ausente adoptando el papel de adulto hacia el otro progenitor.
Un caso que suele ocurrir en ocasiones es el niño/a “seudo-maduro” que intenta evitar la angustia convirtiéndose en maduro antes de hora y siendo demasiado bueno y responsable.
Tanto los niños como los padres deberían de ser informados por especialistas que les ayudaran a entender todo este lenguaje corporal y les permitieran expresar la tensión emocional que subyace a estas reacciones psicosomáticas y regresivas.
Una relación clara y honesta con los progenitores es la mejor manera de prevenir estas situaciones. Para ello es muy importante que el niño/a esté bien informado de los días de visita prefijados y que el progenitor discontinuo siga ejerciendo su función tutorial pese a la separación. No hay que olvidar que en la actualidad hay muchas formas de mantener cierta presencia aún en la distancia. Se puede utilizar el teléfono o el correo electrónico o incluso el correo convencional para el contacto con el progenitor, tal y como comentábamos antes. También es interesante ofrecer objetos transicionales (pequeños objetos a los cuales se les infunde un valor especial para el vínculo padre-hijo) que permitan la presencia del progenitor. Es más importante la regularidad que la frecuencia y el padre debe cumplir la promesa y acudir a las citas previstas con su hijo/a pues en caso contrario surge la desconfianza.
Ahora bien, hay que dejar claro que, por lo general, la respuesta patógena de los niños/as ante el divorcio no es por lo que conlleva el divorcio en sí, sino más bien es el resultado de los conflictos emocionales que arrastra de etapas anteriores; sobre todo en niños/as mayores y adolescentes. Aunque siempre hay un cierto trauma en el divorcio puesto que necesariamente conllevará un cambio para el niño/a y una separación de la familia, cada niño/a reaccionará de forma distinta en función de su historia pasada y de las circunstancias presentes: es decir, de los conflictos objetales que arrastre, de la base estructural-energética que tenga y de la situación de tensión o apertura emocional que viva en la actualidad.
EL DIVORCIO EN LA ESCUELA.
Es frecuente que los niños/as no hablen de lo que les está pasando ni con los profesores ni a veces, cuando son pequeños, con los compañeros. El padre debería ir a hablar con los profesores, sobre todo con el tutor. El profesor, por su parte, debe ser respetuoso y no hablar públicamente del tema en la clase y tratarlo con miramiento ante el resto de personas de la comunidad escolar. Por lo general, el niño introyecta el divorcio como algo vergonzoso y si no se habla del tema eso le ratifica más en esa posición de que “es algo que hay que ocultar”. El profesor debe entrevistarse con delicadeza con el alumno/a quien, a su vez, debería recibir respuestas francas y verdaderas del profesorado, no respuestas vacías y de compromiso. Si se percibe un cierto matiz de culpa es importante desculpabilizar. Hablar del tema permite que mediante el lenguaje lo emocional se exteriorice y se ordene en el discurso, salga a la luz y no sea objeto de la fantasía, y en ese sentido ya no se vive como vergonzoso o culpabilizador, aunque se sienta como algo triste. La posición del docente es la de reconocer la dificultad que atraviesa el alumno/a y permitir la expresión emocional, sin caer en la necesidad de solucionar el problema o en una actitud paternalista y prepotente.
LA NUEVA PAREJA.
Hay que mantener cierta prudencia a la hora de introducir a terceras personas en la vida de nuestros hijos. Ahora bien, también es necesario la honestidad y cuando mantenemos una relación firme con otra persona, es conveniente hacer que nuestros hijos lo sepan y la conozcan. Nuestros hijos tienen necesidad de palabras para entender nuestras reacciones, nuestras salidas y nuestros comportamientos. Es necesario que todo se haga con mucho respeto y tacto, permitiendo que los hijos vayan integrándolo poco a poco. La delicadeza debe ser extrema cuando la otra persona también tiene hijos/as y la idea es vivir juntos en un corto espacio de tiempo.
En ocasiones lo hijos no quieren que la madre se vuelva a casar. Ella debe tener presente sus propias emociones y evitar caer en la trampa de ser los hijos los que hacen la ley y la madre la que obedece. Con el tiempo la madre suele reprochar a sus hijos el no haberle permitido el realizar su vida y aunque no lo haga explícitamente, de alguna forma ese reproche aparece y entonces la vida de estos jóvenes queda como paralizada a un nivel muy profundo. Cuando surge el deseo hacia otras personas aparece la culpa: del mismo modo que su madre no le ha sido infiel, así él tampoco le será infiel y tendrá que hacerse cargo de ella el resto de su vida.
En otros casos son los hijos mismos los que piden a su padre y a su madre que se vuelvan a casar. En estos casos los hijos suelen querer liberarse de la intensidad de los impulsos incestuosos hacia el progenitor con el que viven.
El padrastro o la madrastra no debe pretender ocupar la posición del progenitor ausente y eso debería quedar claro en una conversación con el hijastro/a. Por lo general tampoco el progenitor continuo acepta bien los derechos que se atribuye el padrastro o la madrastra.
Una historia aparte merece el caso de las madrastras que es analizado de forma magistral por Winnicott en “Conversando con los padres”. En algunos cuentos infantiles aparece de forma muy clara esa peculiar relación: en “Hansel y Gretel”, “Blancanieves” o “Cenicienta”, entre otros. Es evidente que el atractivo que ejercen estos cuentos clásicos debe basarse en verdades profundas y temibles para el hombre, y en concreto para los niños. Durante la infancia se percibe el mundo desde una posición maniquea. Lo malo es terrible y provoca un odio infinito. Lo bueno es maravilloso y nos conecta con una felicidad a raudales. Ahora bien, hay todo tipo de razones para que los niños odien a sus madres pues estas limitan sus actos impidiéndoles que corran peligros innecesarios y adaptándoles a la norma social según el principio de realidad. Esto va creando una cierta ambivalencia que se decanta hasta la adolescencia más hacia el amor y a partir de esa edad más hacia el odio. Ahora bien, si hay dos madres, una la biológica y otra la madrastra, eso supondrá una posibilidad para aliviar la tensión de la ambivalencia, convirtiendo a una en perfecta y a la otra en bruja horrorosa. Quizá por eso algunos niños comienzan a sentir que no son hijos de sus padres pues en ellos ha crecido tal carga de rabia que tienen que salvaguardar a la imagen idealizada del padre/madre. Además, la madre que se encuentra atendiendo a un niño nacido de otra que en su imaginación puede ser vista como su rival, puede verse llevada muy fácilmente a adoptar el papel de bruja más que el de hada madrina. Todas estas pulsiones inconscientes impiden las dinámicas necesarias para desarrollar los sentimientos de amor, tolerancia y respeto apropiados para el buen funcionamiento de la familia.
BIBLIOGRAFÍA
- Goldstein, Sol: Cómo seguir siendo padres después del divorcio. Editorial Pax Mexico; 1989.
- Dolto, Françoise: Cuando los padres se separan. Ed. Paidos. Barcelona, 1989.
- Winnicott, D. W.: Conversando con los padres. Ed Paidos. Barcelona, 1993.
- Neill, A. S.: Summerhill. Ed. Fondo de cultura económica. Madrid, 1963.
- Neill, A. S.: Hijos en libertad. Ed. Gedisa. Barcelona, 1984.
- Cantón Duarte, José y otros: Conflictos matrimoniales, divorcio y desarrollo de los hijos. Ediciones Pirámide. Madrid, 2000.
- Supino-Viterbo, Valentina: El niño mal amado. Ed. Acento. Madrid, 2001.
- Serrano, Xavier: Al alba del siglo XXI. Ediciones Orgón. Valencia, 2001.
- Serrano, Xavier: Conflictos de pareja y conflictos sexuales. Transcripción de una conferencia realizada en marzo de 2003.
- Serrano, Xavier: Análisis psicosocial del amor y desamor. Revista SEXPOL. Nº 52 (mayo-junio de 2003) y Nº 54 (septiembre-octubre de 2003)
- Serrano, Xavier y Pinuaga, Maite: Ecología infantil y maduración humana. Ed. Orgón. Valencia, 1997.
¿Qué ocurre con nuestros hijos después del divorcio?
Resumen
La magnitud del fenómeno del divorcio en nuestros días es algo que reporta multitud de consecuencias tanto en la pareja separada como en los hijos de ésta. Considero que se podrían paliar en gran medida estos efectos si no se cayera en errores típicos propios del momento psicológico que están viviendo cada uno de los miembros de la pareja. Además, resulta imprescindible tener una guía de los momentos por los que se va a pasar para adelantarse a los mismos y tomar las decisiones pertinentes con cierto fundamento.
Palabras clave
Sistema familiar, relaciones objetales, modelo educativo familiar, mediación, padre/madre tutor, padre/madre visitante, copaternidad, conductas regresivas.
Summary
The divorce of the parents is a matter that brings a large number of consequences both on the couple divorced and their children. I think that many of these painful effects could be mitigated if the couple could avoid to the typical mistakes that they usually make due to the psychological moment that they are going through. Moreover, it is essential to have a guide of the different moments the family in the process of divorce are going to experience so that they can anticipate what is going to happen and take the most sensible and mature decision.
Key words
Family system, object-relationships, family educative model, mediation, co paternity, tutor, visitant father/mother, regressive behaviour.